La economía colaborativa: ¿amenaza u oportunidad?
De las nuevas tecnologías han emergido plataformas donde usuarios comparten bienes y servicios. Su irrupción, no obstante, se ha visto como una amenaza en los sectores donde actúan. Como en todo cambio en la economía, aquí también hay ganadores y perdedores.
Desde hace unos años se lleva hablando de economía colaborativa o economía compartida (del inglés sharing economy), un concepto ligado a la revolución digital, aunque la práctica sea en su esencia tan antigua como la humanidad.
La filosofía que subyace a este fenómeno lo expresaba bien un titular de la revista Time: "No poseas. Comparte".
Si tienes una habitación que se te queda ocasionalmente vacía, u horas muertas que puedes llenar para llevar en coche a otras personas al aeropuerto o donde sea, ¿por qué no sacar de ello un rendimiento económico, es decir, unas perrillas?
La economía colaborativa: ¿algo más que compartir?
La emergencia de plataformas como Airbnb, Uber o Blablacar (por citar a las más famosas) ha revelado algo tan básico como lo que señala el sociólogo Jorge Galindo: "Si estas plataformas existen y florecen es porque había y hay acuerdos entre oferentes y demandantes que no quedan resueltos sin ellas".
En efecto, Airbnb o Blablacar cubren un nicho que antes de su irrupción estaba por resolver, ya fuera por un abuso en los precios, un mal servicio o una pésima regulación, según el emprendedor Carlos Blanco.
Y si a esto último se combina la innovación tecnológica y una filosofía que aspira a un uso más eficiente y responsable de los recursos disponibles (habitaciones y viviendas vacías, coches la mayor parte del año estacionados, etc.), tenemos como resultado la economía colaborativa.
Oportunidades y amenzas de la economía colaborativa
Hay quien ha visto en la economía colaborativa el futuro del empleo. Un sistema que, como reza la Wikipedia en su definición, "se comparten e intercambian bienes y servicios a través de plataformas digitales".
En este futuro promisorio las personas se podrán ganar libremente el pan sin la astucia o mala baba del empleador de turno. Se atomizarán los monopolios (o ya lo están haciendo) y se diversificará la ocupación humana.
No obstante, y a la espera de ese futuro, la gran ventaja a día de hoy es que la economía colaborativa ha permitido, como dice Jorge Galindo, que "se encuentren en el mercado quienes querían pero no podían por problemas de información que la tecnología resuelve, o por límites impuestos por empresarios organizados que no quieren bajar los precios".
Pero para los más críticos aquí acaban las oportunidades y empiezan las amenzas. Uber es el ejemplo más paradigmático, al poner en jaque a la industria del taxi, lo que ha llevado a las calles a protestar a muchos taxistas de las principales ciudades europeas.
Estas amenazas las podríamos resumir como siguen:
- Competencia desleal con los profesionales del sector afectado. Es decir, particulares que compiten con profesionales, pero sin someterse, en mucho de los casos, a las mismas regulaciones. El ejemplo más claro es Uber.
- Los derechos del consumidor. Al no estar sometidos a regulación alguna, los consumidores quedan desamparados frente a casos de fraude o mala praxis profesional.
- Salarios y relaciones laborales. La falta de regulación laboral entre los particulares y las plataformas para las que trabajan expone a los primeros a lo que el sociólogo Jorge Galindo ha llamado la "explotación silenciosa", pues los primeros carecen de capacidad de negociación colectiva y están "obligados a competir a la baja" en salarios.
Sea como fuere, lo que está claro es que la economía colaborativa ha llegado para quedarse. La pregunta ahora es cómo.
Y como en todo cambio en la economía, siempre va a haber ganadores y perdedores. Y no siempre a partes iguales.
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